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El cambio personal para modificar nuestras relaciones

El cambio personal para modificar nuestras relaciones

Cada tanto, todos sentimos la necesidad de cambiar algo en las relaciones interpersonales  en los distintos ámbitos de nuestra vida: Familiar, de pareja, con amigos, en nuestro entorno laboral, con nuestros vecinos, etc. Esta necesidad de cambio es inherente al ser humano y las razones pueden obedecer entre otras, a revertir situaciones que nos incomodan, a la búsqueda de bienestar, a la resolución de conflictos, necesidad de novedad, etc.

El hecho que nuestra vida transcurra en comunidad nos distingue como seres sociales. Necesitamos de los demás para desarrollarnos como seres humanos, pero es inevitable que surjan dificultades en nuestras relaciones producto de descoordinaciones, malos entendidos y diferencias varias, tales como, de opinión, de intereses, de estilos de vida, de creencias, de visiones de mundo, etc. Estas dificultades surgidas en la interacción con otros empujan a menudo la necesidad de cambio en nuestras relaciones, pero no siempre encontramos las herramientas para conseguir que este cambio ocurra.

En el caso de tener disconformidades con uno mismo nos parece obvio que deberemos trabajar para cambiar en nosotros lo que sea necesario para sentirnos mejor. Este trabajo es algo que podemos hacer solos o con ayuda de otros. En este espacio surge la psicoterapia como una instancia que puede ayudarnos a cambiar aspectos personales para nuestro propio bienestar. El psicoterapeuta  al ser requerido por una persona adulta que desea cambiar algo de sí misma, cuenta por lo general con un  gran aliado terapéutico: el compromiso de esa persona con su cambio personal. Demás está decir cuánto ayuda al éxito del proceso terapéutico la voluntad de esta por lograr el cambio personal deseado.

Otra historia es cuando estamos incómodos, preocupados, o infelices en nuestra relación de pareja, con nuestra familia o en nuestro ámbito laboral. Necesitamos que algo cambie en estas relaciones para sentirnos mejor, pero por lo general este cambio lo ponemos afuera: “Mi pareja tiene que cambiar para resolver nuestros conflictos”, “mi hijo debería comportarse diferente y todo sería más fácil entre nosotros”, “mis padres deben cambiar su forma de tratarme”, “mis compañeros de trabajo deberían entenderme mejor”… La tendencia general en los problemas relacionales – y de eso los terapeutas de pareja y familia somos testigos privilegiados- es que las personas se centren en pedir que él/los otro/s cambie/n.

El problema con lo anterior es que no tenemos un poder especial para cambiar a los demás y si nos quedamos pasivos deseando el cambio del otro podríamos esperar indefinidamente que ello ocurra ¿Por qué? Porque el cambio del otro solo puede nacer de una decisión de él. Entonces ¿qué hacer? Cambiar nosotros es la respuesta. El cambio personal es el único que depende de nosotros, de nuestro deseo y nuestra voluntad, nace desde la libertad para elegir como comportarnos y nos ayuda a vivir la vida de la manera que más nos acomoda aún en circunstancias desfavorables. Pero además, es una poderosa manera de invitar a cambiar a aquellos con los que nos relacionamos.

Examinemos esta última aseveración a través de una vivencia personal: Cuando conseguí mi primer trabajo como psicólogo dejé la casa de mis padres para vivir solo. No pasó mucho tiempo y tuve un sueño repetitivo que me preocupó porque despertaba triste, incluso llorando. En él veía a mi papá quien después de muchos titubeos se acercaba y terminábamos en un apretado abrazo llorando. Yo por ese entonces estaba muy pendiente de mis sueños y sabía que cuando un contenido se repetía era un aviso de algo importante. Recordé que a mis 16 años decidí dejar de saludar a mi papá con un beso como era habitual porque pensé que ya era un hombre y eso me hacía sentir “niñito”. Ya había pasado casi una década de aquel momento y se nos hizo una costumbre con mi papá no tener contacto físico: nuestro saludo habitual era simplemente un aséptico “hola”. Al reflexionar sobre la situación me quedó claro que necesitaba descongelar nuestro acercamiento y creía por mi sueño que mi papá también deseaba aquello. Entonces pensé ¿Qué puedo hacer? ¿Esperar que mi papá tome la iniciativa? Me dije, él está más viejo, menos flexible y yo soy joven y estoy en posición de arriesgar, por lo demás mi sueño era mío y debía hacerme cargo. La siguiente vez que vi a mi papá lo abracé y le di un beso, él quedó medio desconcertado y no atinó mucho. Y continué haciendo lo mismo cada vez que lo veía, mientras constataba que mi papá se veía contento y empezó él  también a tomar  la iniciativa de nuestro ansiado abrazo. De este modo, lo que partió como un sueño triste se convirtió en un reconfortante hábito amoroso que continúa hasta hoy con mi papá octogenario.

Nuestra vida transcurre en relaciones y si hay algo que nos parece que requiere un cambio, lo más seguro es partir por cambiar algo en nosotros.

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